El camino del amor es más fácil, más optimista, inocente, simple. El camino de la conciencia es un poco arduo. Yo aconsejo el camino de la conciencia a aquellas personas que no pueden amar. Hay personas que no pueden amar, sus corazones se han petrificado. Su educación, su cultura, su sociedad han eliminado toda capacidad de amar, porque este mundo no se rige por el amor, se rige por la astucia. Para tener éxito en este mundo no necesitas amor, necesitas tener un corazón duro y una mente aguda. De hecho, no necesitas en absoluto tener corazón.
En este mundo, las personas de corazón son aplastadas, explotadas, oprimidas. Este mundo está regido por los astutos, los listos, los que no tienen corazón y los crueles. Así que la sociedad está organizada de tal manera que los niños enseguida empiezan a perder su corazón, y su energía se dirige directamente a la cabeza. El corazón se deja a un lado.
Si haces algo y dices: “Lo hice porque era lo que sentía”, todo el mundo se echará a reír: “¿Sentir? ¿Te has vuelto loco? Dime la razón, el motivo de que hagas eso. Sentir no es una razón para hacer nada”.
Incluso cuando te enamoras tienes que encontrar una razón por la que te hayas enamorado: porque la nariz de esa mujer es preciosa, su mirada es muy profunda, su cuerpo está perfectamente proporcionado. Esas no son las razones. Tú no has sumado todas estas razones con tu calculadora antes de decidir que merece la pena enamorarse de esa mujer:
“Enamórate de esa mujer; tiene la longitud de nariz adecuada, el tipo de pelo adecuado, el color adecuado, la proporción de cuerpo adecuada.
¿Qué más quieres?”.
Sin embargo, nadie se enamora de ese modo. Te enamoras. Después, para complacer a todos los idiotas que te rodean y demostrarles que no estás loco, lo calculas todo, y solo entonces das el paso. Es un paso razonable, racional y lógico.
Nadie escucha a su corazón.
Mientras, la mente no hace más que parlotear; es un parloteo tan constante — bla, bla, bla, bla, bla, bla— que aunque el corazón diga algo, nunca llega a ti. No puede llegar. En el bazar de tu cabeza hay tanto ruido que al corazón le resulta imposible, absolutamente imposible hacerse oír.
Poco a poco, el corazón deja de decir cosas. Acostumbrado a ser sistemáticamente desoído, a ser sistemáticamente apartado, se calla.
La cabeza dirige el espectáculo en la sociedad; si no fuera así viviríamos en un mundo totalmente diferente: con más amor, con menos odio, menos guerra, sin ninguna posibilidad de que hubiera armas nucleares. El corazón nunca apoyaría el desarrollo de una tecnología destructiva. El corazón nunca estaría al servicio de la muerte. Es vida: palpita por la vida,
late por la vida.
A causa del condicionamiento impuesto por la sociedad, hay que elegir el método de la conciencia, porque la conciencia parece ser muy lógica y racional. Pero si puedes amar, no hace falta que escojas innecesariamente un camino largo y arduo. El amor es el camino más corto, el más natural; tan fácil que puede recorrerlo incluso un niño pequeño. No hace falta entrenamiento. Naces con esa capacidad, no está corrompido por los demás.
No obstante, el amor debería ser puro, no debería ser impuro. Te sorprenderá saber que la palabra inglesa para amor, love, proviene de una raíz sánscrita con un significado muy negativo. Proviene de lobh. Lobh significa “avaricia”.
Y el amor común es una especie de avaricia. Por eso hay personas que aman el dinero, que aman las casas; hay personas que aman esto, que aman aquello. Aunque amen a una mujer o a un hombre, solo les mueve la avaricia, quieren poseer todo lo bello. Es un ansia de poder. Seguro que conoces parejas que no hacen más que pelearse, y por cosas tan triviales que ambos se sienten avergonzados: “¡Por qué cosas más tontas nos peleamos!”. En los momentos de silencio, cuando están solos, se preguntan: “¿No me habrá poseído un espíritu maligno? ¡Discutir por una cosa tan tonta, tan insignificante!”. Pero no es una cuestión de insignificancia; es una cuestión de quién tiene el poder, de quién se impone, de quién lleva la voz cantante. El amor no puede existir en esas circunstancias.
Osho