En
India se cuenta una antigua historia:
Un
gran sabio envió a su principal discípulo a la corte del rey Janak para que el joven
aprendiera algo que le faltaba.
El
joven decía:
-Si
tú no puedes enseñarme, ¿cómo va a poder enseñarme ese Janak? Tú eres un gran
sabio; él es solo un rey. ¿Qué sabe él de la meditación y la conciencia?
-Tú
sigue mis instrucciones -le dijo el gran sabio-. Ve a él, inclínate ante él; no
seas egoísta, pensando que tú eres un sannyasin que él es un vulgar padre de
familia, que él vive
en
el mundo, que es mundano y tú eres espiritual. Olvídate de todo eso. Te envío
con él para que aprendas algo, así que de momento él es tu maestro. Y yo lo sé,
he intentado enseñártelo, pero no puedes comprenderlo porque para comprenderlo
necesitas un contexto diferente. La corte de Janak y su palacio te darán el
contexto adecuado. Tú ve allá, inclínate ante él. Durante estos pocos días, él
me representará. . .
De
muy mala gana, el joven fue a la corte. ¡Era un brahmin, de la casta más alta!
¿Y qué era aquel Janak? Era rico, tenía un gran reino, pero ¿qué podía
enseñarle a un brahmin?
Los
brahmins siempre piensan que pueden enseñar a la gente. Y Janak no era un brahmin,
era un kshatriya, la casta guerrera de India. Se los considera inferiores a los
brahmins; los brahmins
son los primeros, los principales, la casta más alta. ¿Inclinarse ante aquel
hombre?
¡Jamás
se había hecho tal cosa! Un brahmin inclinándose ante un kshatriya es algo que
va contra la mentalidad india.
Pero
el maestro lo había dicho, así que había que hacerlo. Fue de mala gana, y de mala
gana se inclinó. Y al inclinarse se sentía muy irritado con su maestro porque
aquella situación de tener que inclinarse ante Janak le resultaba desagradable.
Una
hermosa mujer estaba danzando en la corte, y la gente bebía vino, y Janak
estaba sentado con aquel grupo.
Al
joven aquello le parecía condenable... pero aun así se inclinó.
Janak
se echó a reír y dijo:
-No
es preciso que te inclines ante mí si te parece tan condenable. Y no tengas
tantos prejuicios antes de haberme experimentado. Tu maestro me conoce bien, y
por eso te ha enviado aquí. Te ha enviado para que aprendas algo, pero esta no
es manera de aprender.
El
joven respondió:
-No
me importa. Él me ha enviado y yo he venido, pero mañana por la mañana me marcharé
porque no creo que aquí pueda aprender nada. De hecho, si aprendo algo de ti, habré
malgastado toda mi vida. No he venido a aprender a beber vino y ver bailar a
bellas mujeres, y todo este desenfreno...
Janak
sonrió y dijo:
-Puedes
marcharte por la mañana. Pero ya que has venido y estás tan cansado, por lo menos
descansa esta noche y por la mañana podrás irte. Y quién sabe... la noche
podría ser el contexto del aprendizaje para el que tu maestro te ha enviado a
mí.
Aquello
le pareció muy misterioso. ¿Cómo iba la noche a enseñarle algo? Pero bueno,
tenía que pasar allí la noche, así que más valía no armar mucho alboroto. Se
quedó.
El
rey ordenó que le prepararan la habitación más hermosa del palacio, la más
lujosa.
Acompañó
al joven, se encargó de todo lo referente a su cena y su cama, y cuando el
joven se acostó, Janak se retiró.
Pero
el joven. no pudo dormir en toda la noche, porque al mirar hacia arriba vio una
espada desenvainada que colgaba de un hilo muy fino justo encima de su cabeza.
Aquello era
muy peligroso: en cualquier momento, la espada podía caer y matar al joven; así
que se quedó despierto toda la noche, vigilando para poder evitar la catástrofe
en caso de que se produjera. Por la mañana, el rey le preguntó:
-¿Era
cómoda la cama?, ¿era cómoda la habitación? -¿Cómoda? -exclamó el joven-.
Todo
era cómodo... pero ¿y la espada? ¿Por qué me hiciste esa jugarreta? ¡Ha sido
muy cruel!
Estaba
cansado, había venido a pie desde el lejano ashram de mi maestro, en el bosque,
y tú me gastas esa broma tan cruel. ¿Qué es eso de colgar una espada de un hilo
tan fino? Tenía miedo de que soplara una ligera brisa y acabara conmigo. No he
venido aquí para suicidarme.
El
rey dijo:
-Quiero
preguntarte una cosa. Estabas tan cansado que te habrías quedado dormido con
mucha facilidad, pero no has podido dormir. ¿Qué ocurrió? El peligro era
grande, era cuestión de vida o muerte. Por eso te mantuviste despierto, alerta.
Esa es mi enseñanza. Ya puedes irte. Pero si quieres.! puedes quedarte unos
días y observarme. ..
»Aunque
estaba sentado aquí en la corte, mientras bailaba una hermosa mujer, yo estaba
alerta a la espada que cuelga sobre mi cabeza. Es invisible. Su nombre es
muerte. Yo no miraba a la mujer.
Así
como tú no pudiste disfrutar del lujo de tu habitación, yo no bebía vino. Era consciente de la
muerte, que puede llegar en cualquier momento. Soy consciente de la muerte en
todo momento. Por eso vivo en un palacio y aun así soy un ermitaño.
Tu maestro me conoce y me comprende. Y también comprende lo que yo comprendo.
Por
eso te ha enviado aquí. Si vives aquí unos cuantos días, puedes observar por tu
cuenta.
¿Quieres saber
cómo hacerte más consciente? Hazte más consciente de la precariedad de la
vida. La muerte puede llegar en cualquier momento. Puede llamar a tu puerta en
el próximo instante. Puedes seguir inconsciente si crees que vas a vivir eternamente,
pero ¿cómo puedes vivir inconsciente si la muerte está siempre rondando? ¡Es imposible!
Si la vida es momentánea, una burbuja de jabón que con un pinchazo desaparece para
siempre, ¿cómo puedes seguir inconsciente?
Aplica
conciencia a todos tus actos.
Osho
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