sábado, 28 de septiembre de 2013

La madurez no tiene nada que ver con tus experiencias vitales. Tiene que ver con tu viaje interior, con tus experiencias interiores.

Cuanto más profundiza en sí misma una persona, más madura es. Cuando alcanza el centro de su ser es totalmente madura. Pero, entonces, desaparece la persona y sólo queda la presencia. El ser desaparece y sólo queda el silencio. Desaparece el conocimiento y sólo queda la inocencia.
Para mí, madurez es otra forma de decir realización: has llegado a satisfacer todo tu potencial, se vuelve real. La semilla ha realizado un largo viaje y ha florecido.

La madurez tiene una fragancia. Le da una enorme belleza al
individuo. Le da inteligencia, la inteligencia más penetrante. Lo convierte en amor. Sus actos son amor, su ausencia de actos es amor; su vida es amor, su muerte es amor, Es una flor de amor.

En Occidente, las definiciones de madurez son muy infantiles. En Occidente, madurez significa que ya no eres inocente, que has madurado a través de las experiencias de la vida, que no te pueden engañar fácilmente, que no pueden abusar de ti, que dentro de ti tienes algo parecido a una roca firme, una protección, una seguridad. Esta definición es muy simple, muy mundana. Sí, en el mundo encontrarás a personas maduras de este tipo. Pero mi manera de entender la madurez es completamente distinta, es diametralmente opuesta a esta definición.  La madurez no te volverá como una piedra; te hará vulnerable, delicado, sencillo...

Recuerdo que... Un ladrón entró en la choza de un místico. Era una noche de luna llena y había entrado ahí por equivocación, por que, ¿qué puedes encontrar en la casa de un místico? El ladrón estaba rebuscando y se sorprendió de no encontrar nada cuando, de repente, vio cómo se le acercaba un hombre con una vela en la mano. El hombre le preguntó:
— ¿Qué estás buscando a oscuras? ¿Por qué no me has despertado?
Estaba durmiendo en la entrada, si lo llego a saber te habría enseñado toda la casa. —Era tan simple y tan inocente que no podía concebir que hubiese ladrones.
Frente a tanta sencillez e inocencia, el ladrón dijo:
—Quizá no sepas que soy un ladrón.
—No tiene importancia —dijo el místico—, todo el mundo tiene que ser alguien. La cuestión es que llevo treinta años en esta casa y todavía no he encontrado nada, ¡vamos a buscar juntos! Y si encontramos algo, lo repartiremos. Yo no he encontrado nada en esta casa, está vacía.
—El ladrón estaba un poco asustado, ¡este hombre es un poco raro!
O está loco o... ¿quién sabe qué le ocurre? Quería salir corriendo, además, traía cosas de otras dos casas que había dejado fuera de la casa.

El místico sólo tenía una manta —es lo único que tenía—, y por las noches hacía frío, por eso le dijo al ladrón:
—No te vayas así, no me insultes de esa forma; si no, nunca podré perdonarme que un día llegó un pobre a mí casa en mitad de la noche y se tuvo que ir con las manos vacías. Llévate esta manta. Te vendrá bien, afuera hace mucho frío. Yo estoy en la casa, aquí dentro hace más calor.
Le echó la manta por encima al ladrón. El ladrón estaba a punto de volverse loco.
— ¿Qué estás haciendo? ¡Soy un ladrón!
El místico dijo:
—Eso no importa, tu profesión es tu profesión. Sólo tienes que
hacerlo bien, te doy mi bendición. Hazlo a la perfección, no dejes que te atrapen, si no, te meterás en líos.
El ladrón dijo:
—Eres un tipo raro. Estás desnudo, no tienes nada...
El místico dijo:
—No te preocupes, ¡me voy contigo! Sólo me estaba quedando en esta casa por la manta, aparte de eso no tengo nada, y ahora te la he dado a ti. Me voy contigo, ¡podemos vivir juntos! Y parece que tú tienes muchas cosas, es una buena alianza. Yo te he dado todo lo que tenía, tú me puedes dar algo y será suficiente.

El ladrón no podía creerlo. Quería huir de este lugar y de este hombre.
—No —le dijo—, no puedes venir conmigo. Tengo una mujer, tengo hijos. Y ¿qué dirán mis vecinos si me llevo a mi casa a un hombre desnudo?
El místico dijo:
—De acuerdo, no te dejaré quedar en ridículo. Te puedes marchar, yo me quedaré en esta casa. —Y cuando se estaba yendo, el místico le gritó—: ¡Oye, vuelve aquí! —El ladrón nunca había oído una voz tan fuerte, era como un cuchillo. Tuvo que regresar. El místico dijo—: Tienes que aprender algunos modales. Te he dado la manta y ni siquiera me has dado las gracias. En primer lugar, dame las gracias, te va a ser útil durante mucho tiempo. Y en segundo lugar, cuando salgas... has abierto la puerta al entrar, ¡ciérrala! ¿No te das cuenta de que hace mucho frío, te he dado la manta y estoy desnudo? No me importa que seas un ladrón, pero en lo que a modales se refiere, soy un hombre muy estricto. No tolero esa clase de comportamiento. ¡Da las gracias!
El ladrón tuvo que decir:
—Gracias, señor —cerró la puerta y se fue corriendo. ¡No podía creer lo que le había sucedido! Esa noche no pudo dormir. No podía olvidarlo…  nunca había oído una voz tan fuerte, tan poderosa. ¡Y ese hombre no tenía nada!

Al día siguiente preguntó por él y descubrió que era un gran maestro.
Lo que había hecho no estaba bien, ir a casa de ese pobre hombre que no tenía nada, qué vergüenza. Pero era un gran maestro.
El ladrón dijo:
—Yo también me puedo dar cuenta de eso, es un hombre muy raro.
En mi vida me he encontrado con gente de todo tipo, desde los más pobres hasta los más ricos, pero nunca..., sólo recordarlo me produce escalofríos. Cuando me llamó no pude salir corriendo. Estaba libre, podría haber cogido todas las cosas y salir corriendo, pero no pude. Había algo en su voz que me lo impidió.

Al cabo de unos meses, capturaron al ladrón y el magistrado le
preguntó:
— ¿Puedes nombrar a alguien que te conozca en esta vecindad?
El ladrón dijo:
—Sí, hay una persona que me conoce —y mencionó al maestro.
El magistrado dijo:
—Eso es suficiente, llamad al maestro. Su testimonio vale más que el de mil personas. Lo que diga de ti será suficiente para emitir sentencia.
El magistrado le preguntó al maestro:
— ¿Conoces a este hombre?
— ¿Si le conozco? — contestó —, ¡somos socios! Es mi amigo, incluso vino a visitarme un día en mitad de la noche. Hacía tanto frío que le di mi manta. La está usando, lo podéis ver. Esa manta es famosa en todo el país; todo el mundo sabe que es mía.
El magistrado dijo:
— ¿Es amigo tuyo?, y ¿roba?
El maestro dijo:
—¡Nunca! No sería capaz de robar. Es un caballero y cuando le di la
manta me dijo: «Gracias, señor.» Cuando salió de la casa cerró la puerta con cuidado. Es muy educado, es un buen hombre.
El magistrado dijo:
—Si tú lo dices, esto anulará el testimonio de todos los testigos que
han dicho que este hombre es un ladrón. Eres libre. —El místico salió y el ladrón le siguió.
El místico dijo:
— ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué me sigues?
—Ahora ya no te puedo abandonar —le contestó—, has dicho que
soy tu amigo, has dicho incluso que soy tu socio. Nunca me han tratado con respeto. Eres la primera persona que me llama caballero, buena persona. Me sentaré a tus pies y aprenderé a ser como tú. ¿De dónde has sacado esa madurez, ese poder, esa fuerza... esa forma completamente distinta de ver las cosas?

El místico dijo:
— ¿Sabes lo mal que lo pasé aquella noche? Tú te habías ido, y hacía
tanto frío que no podía dormir sin manta. Estaba sentado en la ventana viendo la luna llena, y escribí un poema: «Si fuese lo bastante rico le habría dado esta luna perfecta a ese pobre hombre que vino de noche a buscar algo a casa de un pobre. Si fuese lo bastante rico le habría dado la luna, pero yo también soy pobre.» Te enseñaré el poema, sígueme. Esa noche lloré, porque los ladrones deberían aprender algunas cosas. Al menos, cuando van a casa de un hombre como yo, deberían informar con un día o dos de antelación para que pudiésemos apañar alguna cosa, y no se tuviesen que ir con las manos vacías. Y menos mal que te acordaste de mí en el juicio; esos tipos son peligrosos y te podían haber maltratado.
Aquella noche ofrecí irme contigo y ser socios, pero tú lo rechazaste. ¡
Ahora, quieres venir conmigo! No pasa nada, puedes venir; compartiré contigo todo lo que tengo. Pero no es algo material, es invisible.

El ladrón dijo:
—Puedo sentirlo, es invisible. Pero me has salvado la vida, y mi vida ahora es tuya. Haz con ella lo que quieras, yo la he estado malgastando.
Cuando te veo, cuando te miro a los ojos, veo una cosa clara: que tú me puedes transformar. Estoy enamorado de ti desde aquella noche.

La madurez, para mí, es un fenómeno espiritual.


Osho

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