El
segundo principio es la peregrinación. La vida debe ser una búsqueda, no un deseo sino una búsqueda;
no la ambición de convertirse en esto o aquello, en el presidente o el primer
ministro de un país, sino una búsqueda para descubrir «¿Quién soy yo?»
Es
muy extraño que la gente que no sabe quién es esté intentando
convertirse
en alguien. ¡Ni siquiera saben quiénes son ahora mismo! No conocen su ser...
pero tienen como meta el convertirse en alguien.
El convertirse
en algo es la enfermedad del espíritu. El
ser eres tú.
Descubrir tu
ser es el inicio de la vida. Después, cada momento es un
nuevo
descubrimiento, cada momento te da una nueva alegría. Un nuevo misterio abre
sus puertas, un nuevo amor empieza a nacer dentro de ti, una nueva compasión
que nunca habías sentido antes, una nueva sensibilidad hacia la belleza, hacia
la bondad. Te vuelves tan sensible que incluso la menor brizna de hierba cobra,
para ti, una importancia enorme.
Tu
sensibilidad te permite darte cuenta de que, para la existencia, esa
pequeña
brizna de hierba es tan importante como la estrella más grande; sin esa brizna
de hierba la existencia no sería lo que es. Esa pequeña brizna es única,
irreemplazable, tiene su propia individualidad.
Y toda esta sensibilidad te proporcionará nuevas amistades, amistad con
los árboles, con los pájaros, con los animales, las montañas, los ríos, los
mares, las estrellas. La vida se va enriqueciendo a medida que aumenta el amor, a
medida que aumenta la amistad.
En
la vida de san Francisco hay un hermoso suceso. Se estaba muriendo, y siempre
había viajado de un sitio a otro en un burro, compartiendo
sus experiencias. Los discípulos se reunieron para escuchar sus últimas
palabras. Las últimas palabras de un hombre son siempre las más importantes que
ha pronunciado, porque contienen la experiencia de toda una vida.
Pero
los discípulos no podían creer lo que estaban oyendo...
San
Francisco no se dirigía a sus discípulos sino a su burro.
«Hermano
—dijo—, tengo una deuda enorme contigo. Me has estado
llevando
de un sitio a otro sin quejarte nunca, sin refunfuñar. Lo único que quiero,
antes de dejar este mundo, es que me perdones; no he sido
humano
contigo.» Éstas fueron las últimas palabras de san Francisco.
Tenía
una enorme sensibilidad para decirle eso a un burro, «hermano
burro...»,
y pedir que le perdonara.
Cuando te vas
volviendo más sensible, la vida se vuelve más grande.
Ya
no es un estanque, se vuelve oceánica. No se limita a ti, tu mujer y tus hijos,
no está limitada. Toda la existencia se vuelve tu familia, y hasta que toda la existencia se
vuelva tu familia no conocerás lo que es la vida, porque nadie es una isla,
todos estamos conectados.
Somos
un vasto continente, unido de millones de maneras.
Si
nuestros corazones no están llenos de amor por la totalidad, nuestra vida
estará truncada en la misma proporción.
Osho
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