sábado, 21 de septiembre de 2013

El convertirse en algo es la enfermedad del espíritu. El ser eres tú...Descubrir tu ser es el inicio de la vida.

El segundo principio es la peregrinación. La vida debe ser una búsqueda, no un deseo sino una búsqueda; no la ambición de convertirse en esto o aquello, en el presidente o el primer ministro de un país, sino una búsqueda para descubrir «¿Quién soy yo?»

Es muy extraño que la gente que no sabe quién es esté intentando
convertirse en alguien. ¡Ni siquiera saben quiénes son ahora mismo! No conocen su ser... pero tienen como meta el convertirse en alguien.
El convertirse en algo es la enfermedad del espíritu.  El ser eres tú.

Descubrir tu ser es el inicio de la vida. Después, cada momento es un
nuevo descubrimiento, cada momento te da una nueva alegría. Un nuevo misterio abre sus puertas, un nuevo amor empieza a nacer dentro de ti, una nueva compasión que nunca habías sentido antes, una nueva sensibilidad hacia la belleza, hacia la bondad. Te vuelves tan sensible que incluso la menor brizna de hierba cobra, para ti, una importancia enorme.

Tu sensibilidad te permite darte cuenta de que, para la existencia, esa
pequeña brizna de hierba es tan importante como la estrella más grande; sin esa brizna de hierba la existencia no sería lo que es. Esa pequeña brizna es única, irreemplazable, tiene su propia individualidad.  Y toda esta sensibilidad te proporcionará nuevas amistades, amistad con los árboles, con los pájaros, con los animales, las montañas, los ríos, los mares, las estrellas. La vida se va enriqueciendo a medida que aumenta el amor, a medida que aumenta la amistad.

En la vida de san Francisco hay un hermoso suceso. Se estaba muriendo, y siempre había viajado de un sitio a otro en un burro, compartiendo sus experiencias. Los discípulos se reunieron para escuchar sus últimas palabras. Las últimas palabras de un hombre son siempre las más importantes que ha pronunciado, porque contienen la experiencia de toda una vida.

Pero los discípulos no podían creer lo que estaban oyendo...
San Francisco no se dirigía a sus discípulos sino a su burro.
«Hermano —dijo—, tengo una deuda enorme contigo. Me has estado
llevando de un sitio a otro sin quejarte nunca, sin refunfuñar. Lo único que quiero, antes de dejar este mundo, es que me perdones; no he sido
humano contigo.» Éstas fueron las últimas palabras de san Francisco.
Tenía una enorme sensibilidad para decirle eso a un burro, «hermano
burro...», y pedir que le perdonara.

Cuando te vas volviendo más sensible, la vida se vuelve más grande.
Ya no es un estanque, se vuelve oceánica. No se limita a ti, tu mujer y tus hijos, no está limitada. Toda la existencia se vuelve tu familia, y hasta que toda la existencia se vuelva tu familia no conocerás lo que es la vida, porque nadie es una isla, todos estamos conectados.
Somos un vasto continente, unido de millones de maneras.
Si nuestros corazones no están llenos de amor por la totalidad, nuestra vida estará truncada en la misma proporción.


Osho

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