Jesús
dice: «A menos
que vuelvas a nacer, no entrarás en el reino de
Dios.» Tiene razón, tienes que
volver a nacer.
Un
día, Jesús estaba en la calle y alguien le preguntó: «¿Quién es
digno de
entrar en el reino de Dios?» Miró a su alrededor. Había un rabino que debía
de pensar que era uno de los elegidos, porque dio un paso al frente, pero no
fue escogido. Estaba también el hombre más virtuoso de la ciudad, el moralista,
el puritano. Se adelantó un poco, esperando ser escogido, pero no lo fue. Jesús miró a su alrededor, se fijó en un niño pequeño
que no esperaba ser escogido, y ni siquiera se había movido un centímetro. No
se le había ocurrido, no había pensado que podría ser escogido. Estaba
disfrutando de esta escena... la multitud, Jesús y toda la gente hablando, y él
escuchándoles. Jesús le llamó, lo levantó en brazos y le dijo a la multitud: «Sólo los que son
como este niño son dignos de entrar en el reino de Dios.»
Pero
tened en cuenta que dijo: «... los que son como este niño...».
No
dijo: «Los niños.» Hay una gran diferencia entre las dos cosas. No
dijo:
«Este niño entrará en el reino de Dios», porque todo los niños están destinados
a ser corrompidos, a ir por mal camino. Cada Adán y cada Eva tendrán que ser,
inevitablemente, expulsados del Edén, deberán ir por el mal camino. Ésta es la
única manera de recobrar la verdadera juventud: antes tienes que perderla. Es
extraño, pero así es la vida. Es muy paradójico, pero la vida es una paradoja.
Para conocer la verdadera belleza de tu juventud, primero tienes que perderla,
si no, nunca la conocerás.
El
pez no sabe dónde está el océano, a menos que lo saques del
agua
y lo eches sobre la arena, bajo un sol abrasador; entonces, sabrá
dónde
está el océano. Entonces anhela estar en el agua, y hace cualquier esfuerzo por
volver a ella, salta al océano. Es el mismo pez, sin embargo, no es el mismo.
Es el mismo océano, sin embargo, no es el mismo. Porque el pez ha aprendido una nueva lección.
Ahora es consciente, sabe que: «Éste es el océano y ésta es mi vida. Sin él no
existo, formo parte de él.»
Todos los
niños tienen que perder la inocencia para volver a
recuperarla. Perderla sólo es una
parte del proceso; hay muchas personas que la han perdido pero pocas la han
recuperado. Es una desgracia, una gran desgracia. Todo el mundo pierde la
inocencia, pero sólo de vez en cuando aparece un Buda, un Zaratustra, un
Krishna o un Jesús que la recuperan. Jesús no es nada más que Adán volviendo a
casa. Magdalena no es nada más que Eva volviendo a casa. Han salido del mar y
han visto la infelicidad y la estupidez. Se han dado cuenta de que estar fuera
del agua es una desgracia.
En cuanto
tomas conciencia de que formar parte de cualquier
sociedad,
religión o cultura significa seguir siendo desgraciado, seguir estando preso,
en ese momento empiezas a cortar tus cadenas. La madurez está llegando, estás
recobrando tu inocencia.
Osho
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