lunes, 21 de octubre de 2013

La libertad implica el derecho a decir sí y a decir no.

LA CONCIENCIA conlleva libertad. Libertad no quiere decir sólo libertad de hacer el bien; si ése fuese el significado de libertad, ¿de qué clase de libertad estaríamos hablando? Si sólo eres libre de hacer el bien, no eres libre. La libertad implica las dos alternativas, hacer el bien y hacer el mal. La libertad implica el derecho a decir sí y a decir no.

Es algo muy sutil que debemos entender: nos parece que tenemos mayor libertad al decir no que al decir sí. No estoy filosofando, se trata de un simple hecho que puedes comprobar dentro de ti mismo. Siempre que dices no, te sientes más libre. Siempre que dices sí, no te sientes libre porque eso quiere decir que has obedecido, sí significa rendirse, ¿dónde está la libertad? El no significa que eres obstinado, que te mantienes al margen; el no significa que te estás imponiendo; el no significa que estás dispuesto a luchar. El no te define más claramente que el sí. El sí es vago, es como una nube. No es sólido y concreto como una roca.

Por eso, según los psicólogos el niño empieza a aprender a decir no de una forma asidua entre los siete y los catorce años. Al decir no, está saliendo del vientre psicológico de la madre. El niño seguirá diciendo no aunque no haya necesidad de decir no. Incluso aunque le favorezca decir sí, seguirá diciendo no. Hay muchas cosas en juego; tiene que aprender a decir no cada vez más. Cuando llegue a los catorce años, a la madurez sexual, empezará a decir el no definitivo a su madre, se enamorará de una mujer. Éste es el no definitivo a su madre, le vuelve la espalda. «He acabado contigo —dice—, he escogido a una mujer. Me he vuelto un individuo, independiente por derecho propio. Quiero vivir mi vida, quiero hacer lo que me apetezca.»

Y si los padres insisten: «Córtate el pelo», entonces, llevarás el pelo largo. Si los padres insisten: «Déjate el pelo largo», entonces te cortarás el pelo. Obsérvalo... cuando los hippies sean padres se darán cuenta, sus hijos tendrán el pelo corto porque tendrán que aprender a decir «no».

Si los padres insisten: «La santidad está al lado de la higiene», los niños empezarán a pasarse la vida cubiertos de barro. Estarán sucios, no se bañarán; no se lavarán, no usarán jabón. Y empezarán a encontrar justificaciones de que el jabón es peligroso para la piel, que es antinatural, que los animales no usan jabón. Pueden encontrar todas las justificaciones que quieran pero, en el fondo, esas justificaciones sólo son tapaderas. La realidad es que quieren decir no. Y, por supuesto, para decir no tienes que encontrar algún motivo.

Por eso, el no te da sensación de libertad; y no sólo eso, también te da sensación de inteligencia. Para decir sí no necesitas tener inteligencia.

Cuando dices sí, nadie te pregunta por qué. Cuando ya has dicho si, ¿quién se molesta en preguntarte por qué? No necesitas una justificación ni un motivo, ya has dicho sí. Cuando dices no, inevitablemente te preguntarán el porqué. El no agudiza tu inteligencia, te da una definición, un estilo, libertad.

Fíjate en la psicología del no. A los seres humanos les resulta difícil vivir en armonía, eso se debe a la conciencia. La conciencia te da libertad, la libertad te da la capacidad de decir no, y tienes más posibilidades de decir no que de decir sí.

Sin el sí no hay armonía; el sí es armonía. Pero tardas un tiempo en crecer, en madurar, en llegar a una madurez tal que puedas decir si y seguir siendo libre, decir sí y seguir siendo único, decir sí sin convertirte en un esclavo.

La libertad que te otorga el no es una libertad infantil. Está bien entre los siete y los catorce años. Pero si alguien se queda atrapado durante toda su vida y se convierte en una persona que siempre dice no, habrá dejado de crecer.

El crecimiento absoluto es decir sí con la misma alegría que un niño dice no. Es una segunda infancia. El hombre que puede decir sí con una inmensa libertad y felicidad, sin vacilar, sin comprometerse, sin condiciones, con una alegría simple y pura, con un sí simple y puro, ese hombre es un sabio. Ese hombre vuelve a vivir en armonía, y su armonía tiene una dimensión totalmente distinta a la de los árboles, los animales y los pájaros. Ellos viven en armonía porque no pueden decir no, y el sabio vive en armonía porque no dice no. Entre los dos, entre los pájaros y los budas, están los seres humanos que no han crecido, inmaduros, infantiles, atrapados en alguna parte, que siguen intentando decir no para tener una cierta sensación de libertad.

No estoy diciendo que no aprendas a decir no. Estoy diciendo que aprendas a decir no cuando sea necesario, pero no te quedes atrapado con eso. Poco a poco, verás que del sí surge una mayor libertad, una mayor armonía.


Osho

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