sábado, 19 de octubre de 2013

vayas a la velocidad que vayas, acabarás en el cementerio.

Un gran rey vio una sombra en sus sueños que le asustó incluso mientras soñaba. Le preguntó a la sombra:
—¿Qué quieres?

La sombra contestó:
—No he venido a pedirte nada. Sólo he venido a informarte de que esta noche, en el lugar apropiado, cuando se esté poniendo el Sol exhalarás tu último aliento. Normalmente, no informo a la gente, pero tú eres un gran emperador; sólo lo hago para rendirte homenaje.

El emperador se asustó tanto que se despertó sudando y sin saber qué hacer. Lo único que se le ocurría era llamar a todos los sabios, astrólogos y profetas, y descubrir el significado de ese sueño.

Se cree que el análisis de sueños comenzó con Sigmund Freud, pero no es cierto, ¡comenzó hace mil años con este emperador!
En mitad de la noche, todos los profetas de la capital, los sabios y los que de una forma u otra estaban relacionados con el futuro —los intérpretes de sueños— fueron congregados y les contaron esta historia.

La historia era sencilla, pero cada uno había traído sus escrituras y comenzaron a discutir entre ellos: «El significado no puede ser éste» o «No hay duda de que el significado debe ser éste.»

El tiempo iba pasando, y empezó a amanecer. El rey tenía un viejo sirviente al que trataba como si fuera su padre, porque su padre había muerto cuando era muy joven. El hijo era aún muy pequeño cuando su padre se lo dio en custodia a su sirviente diciéndole:
—Ocúpate de que se convierta en mi sucesor y no pierda el reino.
El sirviente se ocupó de eso, pero ahora ya era muy viejo. No le
trataba como a un sirviente sino que le respetaba casi como a un padre.

Se acercó al emperador y le dijo:
—Tengo que decirte dos cosas. Siempre me has hecho caso. Yo no soy profeta ni soy astrólogo, y no sé de qué se trata todo este alboroto de gente consultando escrituras. Pero hay una cosa clara, en cuanto salga el Sol no nos quedará mucho tiempo hasta el anochecer. Y todas esas personas, a las que llamamos cultas, hace muchos siglos que no llegan a ninguna conclusión. En un día nada más... discutirán, pelearán y destrozarán los argumentos del contrario, pero no tengas esperanzas de que lleguen a ningún consenso, a ninguna conclusión.

Déjales que discutan. Lo que te sugiero es que teniendo el mejor caballo del mundo como tú tienes —en aquellos tiempos se iba a caballo—, monta tu caballo y huye del palacio tan rápido como puedas.

Puedes dar por segura una cosa, que no deberás estar aquí, deberás estar muy lejos.
Aunque parecía algo muy simple, era lógico, racional. El emperador abandonó a todas las personas inteligentes y sabias y las dejó allí discutiendo; ni siquiera se dieron cuenta de que se había marchado. Y, desde luego, su caballo bien valía un imperio. Estaba muy orgulloso de él, no se conocía la existencia de un caballo tan fuerte como el suyo. Entre el caballo y el emperador existía mucho amor, una gran afinidad y una especie de sincronicidad. El emperador le dijo al caballo:
—Parece que llega la hora de mi muerte. Esa sombra era mi muerte.
Tienes que alejarme todo lo que puedas de este palacio.

El caballo asintió con la cabeza. Y cumplió su promesa. Al atardecer, cuando se estaba poniendo el Sol, se encontraban a cientos de kilómetros de su reino. Habían entrado camuflados dentro de otro reino. El emperador estaba muy contento. Se bajó y ató el caballo a un árbol; ninguno de los dos había comido nada. De modo que le dijo al caballo:
—Muchas gracias, amigo. Ahora me ocuparé de tu comida y de la mía. Estamos tan lejos que ya no hay peligro. Pero tú has demostrado que las historias que contaban de ti eran ciertas. Al correr parecías casi como una nube, ibas rapidísimo.

Y mientras estaba atando el caballo al árbol, apareció la sombra oscura y le dijo al emperador:
—Tenía miedo de que no lo consiguieras, pero tienes un gran caballo.

También le doy las gracias a él, éste es el lugar y éste es el momento.

Estaba preocupado, porque estabas muy lejos y ¿cómo iba a conseguir traerte hasta aquí? El caballo ha cumplido su propósito.

Es una historia extraña, pero muestra que siempre que vas
horizontalmente, vayas a la velocidad que vayas, acabarás en el cementerio. Lo curioso es que nuestras tumbas se van acercando a nosotros en cada momento; aunque no te muevas, tu tumba se va acercando a ti. La línea horizontal del tiempo es, en otras palabras, la mortalidad del hombre.


Osho

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