sábado, 24 de agosto de 2013

La mente no es nada más que la ausencia de tu presencia.

Los pensamientos existen; la mente no existe. La mente es solo apariencia. Y cuando miras hacia las profundidades de la mente, esta desaparece. Quedan pensamientos, pero cuando la «mente» ha desaparecido y solo existen pensamientos individuales, muchas cosas se resuelven al instante. Lo primero de lo que te das cuenta es de que los pensamientos son como nubes: van y vienen, y tú eres el cielo. Cuando no hay mente, te llega inmediatamente la percepción de que ya no participas en los pensamientos. Los pensamientos están ahí, pasando a través de ti como pasan las nubes a través del cielo, o el viento a través de los árboles. Los pensamientos pasan a través de ti, y pueden pasar porque tú eres un inmenso vacío. No hay impedimento, no hay obstáculos. No existe ningún muro que les limite el paso; no eres un fenómeno amurallado. Tu cielo está abierto hasta el infinito; los pensamientos van y vienen.

Y cuando empiezas a sentir que los pensamientos van y vienen y que tú eres un observador, un testigo, se adquiere dominio sobre la mente.

La mente no se puede controlar en el sentido ordinario. En primer lugar, dado que no existe, ¿cómo vas a poder controlarla? En segundo lugar, ¿quién va a controlar la mente?  Porque más allá de la mente no existe nadie... y cuando digo que no existe nadie, quiero decir que más allá de la mente no existe nadie, solo está la nada. ¿Quién va a controlar la mente? Si alguien estuviera controlando la mente, sería solo una parte, un fragmento de la mente controlando otro fragmento de la mente. Eso es el ego.

La mente no se puede controlar de ese modo. No existe, y no hay nadie para controlarla. El vacío interior puede ver, pero no puede controlar. Puede mirar, pero no puede controlar... pero la simple mirada es el control; el fenómeno mismo de la observación, de ser testigo, se convierte en maestría porque la mente desaparece.

Es como cuando vas andando en una noche oscura y echas a correr porque tienes miedo de alguien que te sigue. Y ese alguien no es más que tu propia sombra, y cuanto más corras más cerca estará tu sombra. No importa la velocidad a la que corras; la sombra seguirá ahí. Cada vez que te vuelves a mirar, la sombra sigue detrás de ti. Esa no es manera de escapar de ella, y ni es la manera de controlarla. Tendrás que pararte a mirar bien la sombra. Quédate quieto y mira al fondo de la sombra, y la sombra desaparece, porque la sombra no existe; es solo una ausencia de luz.

La mente no es nada más que la ausencia de tu presencia. Cuando te sientas en silencio, cuando miras a las profundidades de la mente, la mente simplemente desaparece.
Quedan pensamientos, que son existenciales, pero la mente no se ve por ninguna parte.
Pero cuando la mente desaparece, se hace posible una segunda percepción: puedes ver que los pensamientos no son tuyos. Claro que te llegan y a veces se quedan algún tiempo en ti, y después se marchan. Eres una parada en su camino, pero no se originan en ti. ¿Te has fijado alguna vez en que de ti no ha surgido ni un solo pensamiento?
Ni un solo pensamiento se ha formado por medio de tu ser; siempre vienen del exterior. No te pertenecen: planean sobre ti sin raíces, sin hogar. A veces se posan en ti, eso es todo, como una nube que se posa en lo alto de una montaña. Y después siguen moviéndose por sí solos; no tienes que hacer nada. Si te limitas a observar, adquieres control.

La palabra control no es muy adecuada, porque las palabras nunca pueden ser muy adecuadas. Las palabras son cosa de la mente, pertenecen al mundo de los pensamientos.

Las palabras no pueden ser muy penetrantes; son poco profundas. La palabra control no es buena porque no hay nadie que controle y no hay nadie que sea controlado. Pero a falta de algo mejor, ayuda a entender algo que sucede: cuando miras al fondo, la mente queda controlada; de pronto, te conviertes en el amo y señor. Los pensamientos están ahí, pero ya no te dominan. No pueden hacerte nada, simplemente van y vienen; tú te mantienes intacto, como una flor de loto bajo la lluvia. Las gotas de agua caen sobre los pétalos, pero resbalan sin tan siquiera tocar la flor. El loto se mantiene intacto.


Osho

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