lunes, 4 de noviembre de 2013

Abandona toda esperanza de resultados


El ego está orientado hacia los resultados, la mente siempre ansia resultados. La mente nunca está interesada en el acto en sí mismo, su interés es en el resultado. «¿Qué es lo que voy a ganar con ello?» Si la mente puede obtener ganancia, sin pasar por la acción, entonces elegirá el atajo.

Por eso la gente que ha recibido una educación se hace muy astuta, porque son capaces de encontrar atajos. Si ganas dinero de una manera legal, puede que te lleve toda tu vida. Pero puedes ganar dinero con el contrabando, con el juego, o de otra manera —convirtiéndote en líder político, en primer ministro, en presidente—, entonces todos los atajos están a tu disposición. La persona educada se hace astuta. No se hace sabia, simplemente se vuelve lista. Se hace tan astuta que quiere tenerlo todo sin tener que hacer nada por ello.

La mente, el ego, están orientados hacia los resultados. El ser no está orientado hacia los resultados. Y ¿cómo puede jamás el no-ser estar orientado hacia los resultados? En primer lugar, no es.

La meditación les sucede sólo a aquellos que no están orientados hacia los resultados.

Hay una antigua historia:

Un hombre estaba muy interesado en conocerse a sí mismo, en iluminarse. Toda su vida había buscado un maestro que le enseñara la meditación. Había ido de maestro en maestro, pero no sucedía nada.

Pasaron los años, y estaba ya cansado, exhausto. Entonces alguien le dijo:
—Si de verdad quieres encontrar a un maestro tendrás que ir al Himalaya. Allí vive uno, en un parte incógnita; tendrás que buscarle. Una cosa es cierta, el maestro se encuentra allí. Nadie sabe exactamente dónde, porque cuando alguien llega a dar con su paradero, él se adentra todavía más en las cordilleras himalayas.

El hombre se estaba haciendo viejo, pero hizo acopio de valor. Durante dos años trabajó para ganar el dinero del viaje y se puso en camino; se trata de una vieja historia. Así que tuvo que viajar en camellos, en caballos y después seguir a pie hasta alcanzar el Himalaya. La gente le decía:
—Sí; conocemos al anciano, es muy viejo; uno no puede saber qué edad tiene, quizá trescientos años, o incluso quinientos años, nadie lo sabe. Vive por aquí, pero el sitio exacto no lo sabemos. Nadie sabe exactamente por dónde para, pero anda por aquí. Si buscas con empeño le encontrarás.

El hombre buscó y buscó y buscó. Durante dos años estuvo vagando por el Himalaya. Estaba cansado, exhausto, absolutamente exhausto; viviendo sólo de frutos salvajes, hojas y hierbas. Había perdido mucho peso. Pero estaba determinado a encontrar a ese hombre. Merecía la pena, aunque le costara la vida.

Y ¿puedes imaginártelo? Un día vio una pequeña cabaña, una cabaña de paja. No tenía puerta. Miró dentro, pero allí no había nadie. Y no sólo no había nadie, sino que todo indicaba que durante años no había habido nadie.

Puedes hacerte una idea de lo que le pasó a aquel hombre. Cayó al suelo. De puro cansancio dijo:
—¡Me rindo!

Se encontraba allí, tumbado bajo el sol, con la fresca brisa del Himalaya.

Y por primera vez, empezó a sentirse tan feliz... ¡Nunca había sentido tal dicha! De repente se sintió lleno de luz. De repente todos los pensamientos desaparecieron, de repente se transportó; y sin razón alguna, porque no había hecho nada.

Y entonces se dio cuenta de que alguien se inclinaba hacia él. Abrió los ojos. Allí estaba. Un hombre muy anciano. Este, sonriendo, dijo:
—Así que has venido. ¿Tienes algo que preguntarme?
Y el hombre contestó:
—No.
Y el anciano se rió, dio grandes carcajadas que resonaron en el eco de los valles.
—¿Sabes ahora qué es la meditación?
Y el hombre dijo:
—Sí.

¿Qué había sucedido?
Aquella exclamación que salió del núcleo más interno de su ser: «¡Me rindo!» En ese rendirse, todos los esfuerzos mentales orientados a una meta desaparecieron, todas las tentativas desaparecieron. Y la dicha se vertió sobre él. Se quedó en silencio, ya no era nadie, y tocó el último estrato del no-ser. Entonces supo lo que era la meditación.


La meditación es un estado mental sin metas.

Osho

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