El ego está orientado hacia los resultados, la mente
siempre ansia resultados. La mente nunca está interesada en el acto en sí
mismo, su interés es en el resultado. «¿Qué es lo que voy a ganar con ello?» Si
la mente puede obtener ganancia, sin pasar por la acción, entonces elegirá el
atajo.
Por eso la gente que ha recibido una educación se
hace muy astuta, porque son capaces de encontrar atajos. Si ganas dinero de una
manera legal, puede que te lleve toda tu vida. Pero puedes ganar dinero con el
contrabando, con el juego, o de otra manera —convirtiéndote en líder político,
en primer ministro, en presidente—, entonces
todos los atajos están a tu disposición. La persona educada se hace astuta. No
se hace sabia, simplemente se vuelve lista. Se hace tan astuta que
quiere tenerlo todo sin tener que hacer nada por ello.
La mente, el ego, están orientados
hacia los resultados. El ser no está
orientado hacia los resultados. Y ¿cómo puede jamás el no-ser estar orientado
hacia los resultados? En primer lugar, no es.
La meditación les sucede sólo a aquellos que no
están orientados hacia los resultados.
Hay una antigua historia:
Un hombre estaba muy interesado en conocerse a sí
mismo, en iluminarse. Toda su vida había buscado un maestro que le enseñara la
meditación. Había ido de maestro en maestro, pero no sucedía nada.
Pasaron los años, y estaba ya cansado, exhausto.
Entonces alguien le dijo:
—Si de verdad quieres encontrar a un maestro tendrás
que ir al Himalaya. Allí vive uno, en un parte incógnita; tendrás que buscarle.
Una cosa es cierta, el maestro se encuentra allí. Nadie sabe exactamente dónde,
porque cuando alguien llega a dar con su paradero, él se adentra todavía más en
las cordilleras himalayas.
El hombre se estaba haciendo viejo, pero hizo acopio
de valor. Durante dos años trabajó para ganar el dinero del viaje y se puso en
camino; se trata de una vieja historia. Así que tuvo que viajar en camellos, en
caballos y después seguir a pie hasta alcanzar el Himalaya. La gente le decía:
—Sí; conocemos al anciano, es muy viejo; uno no
puede saber qué edad tiene, quizá trescientos años, o incluso quinientos años,
nadie lo sabe. Vive por aquí, pero el sitio exacto no lo sabemos. Nadie sabe
exactamente por dónde para, pero anda por aquí. Si buscas con empeño le
encontrarás.
El hombre buscó y buscó y buscó. Durante dos años
estuvo vagando por el Himalaya. Estaba cansado, exhausto, absolutamente
exhausto; viviendo sólo de frutos salvajes, hojas y hierbas. Había perdido
mucho peso. Pero estaba determinado a encontrar a ese hombre. Merecía la pena,
aunque le costara la vida.
Y ¿puedes imaginártelo? Un día vio una pequeña cabaña,
una cabaña de paja. No tenía puerta. Miró dentro, pero allí no había nadie. Y
no sólo no había nadie, sino que todo indicaba que durante años no había habido
nadie.
Puedes hacerte una idea de lo que le pasó a aquel
hombre. Cayó al suelo. De puro cansancio dijo:
—¡Me rindo!
Se encontraba allí, tumbado bajo el sol, con la
fresca brisa del Himalaya.
Y por primera vez, empezó a sentirse tan feliz...
¡Nunca había sentido tal dicha! De repente se sintió lleno de luz. De repente
todos los pensamientos desaparecieron, de repente se transportó; y sin razón
alguna, porque no había hecho nada.
Y entonces se dio cuenta de que alguien se inclinaba
hacia él. Abrió los ojos. Allí estaba. Un hombre muy anciano. Este, sonriendo,
dijo:
—Así que has venido. ¿Tienes algo que preguntarme?
Y el hombre contestó:
—No.
Y el anciano se rió, dio grandes carcajadas que
resonaron en el eco de los valles.
—¿Sabes ahora qué es la meditación?
Y el hombre dijo:
—Sí.
¿Qué había sucedido?
Aquella exclamación que salió del núcleo más interno
de su ser: «¡Me rindo!» En ese rendirse, todos los esfuerzos mentales
orientados a una meta desaparecieron, todas las tentativas desaparecieron. Y la
dicha se vertió sobre él. Se quedó en silencio, ya no era nadie, y tocó el
último estrato del no-ser. Entonces supo lo que era la meditación.
La meditación es un estado mental sin metas.
Osho
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