sábado, 2 de noviembre de 2013

Cuando alguien te insulte, medita.

Y recuerda, cada situación tiene que convertirse en una oportunidad para meditar. ¿Qué es la meditación? Volverse consciente de lo que estás haciendo, volverse consciente de lo que te sucede.
Alguien te insulta, vuélvete consciente. ¿Qué te sucede cuando llega el insulto? Medita sobre ello; hacerlo es cambiar por completo la situación.
Cuando alguien te insulta te concentras en la persona: «¿Por qué me insulta? ¿Qué piensa de mí? ¿Quién se ha creído que es? ¿Cómo puedo vengarme?» Si el otro es fuerte, te rindes, empiezas a menear el rabo. Si no es fuerte, si ves que es débil, saltas sobre él. Pero con todo esto, te olvidas de ti completamente; el otro se convierte en el foco.
Así desperdicias una oportunidad para la meditación. Cuando alguien te insulte, medita.

Gurdjieff relata que:
Cuando mi padre se estaba muriendo, yo contaba sólo nueve años. Él me llamó para que me acercara a su cama y me susurró al oído:
—Hijo mío, no te puedo dejar mucho, no en cosas mundanas. Pero tengo algo que comunicarte, algo que mi padre me dijo cuando estaba en su lecho de muerte. A mí me ha ayudado tremendamente; ha sido mi tesoro. Tú eres todavía muy joven, quizá no entiendas lo que te voy a decir, pero guárdalo, recuérdalo. Un día, cuando seas mayor, quizá puedas entenderlo. Se trata de una llave: abre las puertas de grandes tesoros.
Gurdjieff, por supuesto, en ese momento no pudo entenderlo, pero aquello cambió toda su vida. Y su padre le dijo algo muy sencillo.
Dijo:
Cuando alguien te insulte, hijo mío, dile que por veinticuatro horas meditarás sobre ello y después volverás y le responderás.
Gurdjieff no podía creer que aquella fuera una llave tan maravillosa. No podía creer que: «Esto es algo tan valioso que haya que recordarlo.» Y a un niño de nueve años se le puede perdonar... pero como aquello se lo dijo su moribundo padre, y Gurdjieff le había amado tremendamente; y como inmediatamente después de decírselo exhaló su último suspiro... se le quedó grabado, no pudo olvidarlo. Cuando recordaba a su padre, recordaba lo que le había dicho.
Sin comprenderlo verdaderamente, Gurdjieff empezó a practicarlo. Si alguien le insultaba decía:
—Durante veinticuatro horas tengo que meditar sobre ello, eso es lo que me dijo mi padre. Y él ya no está aquí. No puedo desobedecer a un anciano que está muerto. Él me amó tremendamente, y yo le amé tremendamente, y ahora no hay manera de desobedecerle. Puedes desobedecer a tu padre cuando está vivo, pero cuando está muerto, ¿cómo vas a desobedecerle? Así que, por favor, perdóname, cuando pasen veinticuatro horas volveré y te responderé.
Y Gurdjieff cuenta que: «El meditar en ello durante veinticuatro horas me ha aportado las más grandes percepciones sobre mi ser. A veces encontraba que el insulto era correcto, que eso es lo que yo soy. Así que iba a la persona y le decía: "Gracias, tenías razón. Lo de ayer no fue un insulto, fue la mención de un hecho. Me llamaste estúpido. Lo soy".»
«O algunas veces sucedía que meditando veinticuatro horas llegaba a saber que aquello era una mentira absoluta. Pero cuando algo es mentira, ¿por qué ofenderse? Así que ni siquiera iba a decirle a la persona que aquello era mentira. Una mentira es una mentira ¿Para qué molestarse?»

Pero observando, meditando, Gurdjieff poco a poco fue haciéndose más y más consciente de sus reacciones, dejando a un lado las acciones de los demás.

Osho

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