Ejercítate imparcialmente en todas las áreas; es importante haberse ejercitado con gran intensidad en todos los aspectos de todas las cosas
Lo primero es imparcialidad: uno no debe tener
prejuicios; y todo el mundo los tiene. Y el no tener prejuicios es un
requerimiento básico para llegar a tener una visión más grande.
Para salir de las prisiones, lo primero es dejar los
prejuicios... prejuicios que se llaman hinduismo, prejuicios que se llaman
islamismo, prejuicios que se llaman cristianismo. Uno tiene que dejar todos los
prejuicios. ¿Cómo vas a saber jamás qué es la Verdad si ya has decidido lo que
es?
Si operas desde una conclusión, nunca llegarás a la
Verdad. ¡Nunca! Es imposible.
No empieces aceptando a priori que algo sea verdad,
no empieces con una creencia. Sólo así
emprenderás una búsqueda sincera. Pero todo el mundo empieza con una
creencia... unos creen en la Biblia, otros en el Corán; unos creen en el Gita, otros en el Dhammapada. Y todos empiezan con la creencia.
Creencia significa que no sabes, pero no obstante,
aceptas algo como verdad. Ahora tu único esfuerzo será demostrar que ese algo es verdad. Eso se convertirá en tu manía
personal. Toda creencia se convierte en manía personal. Tienes que
demostrar que aquello en lo que crees es verdad. Si no lo es, vives en el
error; si lo es, estás en el buen camino.
Y todo el mundo es un cúmulo de creencias y nada
más.
Recuerda, todas
las creencias son estúpidas. No estoy diciendo que esas creencias sean
básicamente falsas; puede que no lo sean, puede
que lo sean, pero creer es estúpido. Saber
es inteligente. Quizá cuando llegues a saber, descubras que se trata de
lo mismo que te habían dicho que creyeras; pero aun así, creer en ello es incorrecto, y saberlo es correcto. Porque una vez
que crees en algo que no sabes, ya has empezado a acumular cierta
oscuridad a tu alrededor que no te ayudará a saber, a ver. Ya has empezado a
convertirte en alguien «bien informado». Y el saber no les sucede a aquellos
que están «bien informados», sino a los inocentes. El saber sucede en aquellos
ojos que están absolutamente limpios del polvo de la erudición.
Lo primero es, dice Atisha: sé imparcial, empieza
sin ninguna conclusión, empieza sin ninguna
creencia a priori. Empieza existencialmente, no intelectualmente; estas dos
dimensiones son totalmente diferentes, no sólo diferentes, sino diametralmente
opuestas.
Alguien puede empezar su camino en el amor
estudiando sobre ello, yendo a la biblioteca, consultando la Enciclopedia Británica para aprender qué
es el amor. Esta es una búsqueda intelectual.
Esa persona quizá reúna mucha información, quizá
escriba un tratado, y quizá alguna universidad insensata le dé el título de doctor en Filosofía; pero ese doctor no sabrá nada
del amor. Todo lo que escriba será intelectual, no vendrá de la
experiencia. Y si no viene de la experiencia, no es verdadero.
La Verdad es una experiencia, no una creencia. A la
Verdad nunca se la encuentra estudiándola: a la Verdad hay que confrontarla, a la verdad hay que encararla. La persona
que estudia el amor es lo mismo que la persona que estudia el Himalaya
mirando los mapas de las montañas. ¡El mapa no es la montaña! Si te obsesionas
demasiado con el mapa, puede que la montaña esté justo enfrente de ti y que no
seas capaz de verla.
Y así es en realidad. La montaña está enfrente de
ti; pero tus ojos están llenos de mapas... mapas de la misma montaña, mapas
acerca de la misma montaña, trazados por diferentes exploradores. Unos han
escalado la montaña por la cara norte, otros por la cara este. Han trazado
mapas diferentes: El Corán, la Biblia, el Gita...
Mapas diferentes de la misma verdad. Pero tú estás demasiado lleno de mapas,
demasiado cargado con su peso; no puedes avanzar ni una sola pulgada. No puedes
ver la montaña que se eleva justo enfrente de ti, no puedes ver sus nevadas
cimas virginales, su relucir dorado al sol de la mañana... No tienes los ojos
para verlo.
El ojo con prejuicios es ciego, el corazón lleno de
conclusiones está muerto.
Demasiadas conclusiones a
priori hacen que tu inteligencia pierda su agudeza, su belleza, su intensidad. Tu inteligencia se embota. Y
a la inteligencia embotada se le llama intelecto.
La denominada intelligentsia
no es realmente inteligente, es tan sólo intelectual. El intelecto es un
cadáver. Puedes decorarlo. Puedes adornarlo con maravillosas perlas, con
diamantes, con esmeraldas; pero aun así, un cadáver es un cadáver.
El estar vivo es una cuestión totalmente diferente.
La inteligencia es la cualidad de estar vivo; la inteligencia es espontaneidad,
es permanecer abierto, es vulnerabilidad, es imparcialidad, es la valentía de
operar sin conclusiones. Y ¿por qué digo que es valentía? ¡Porque es valentía!, porque cuando operas
basándote en conclusiones, la
conclusión te protege, la conclusión te ofrece seguridad, garantía. Tú la conoces bien, sabes cómo llegar a ella,
eres muy eficiente con ella. El
operar sin conclusiones es operar con inocencia. Ahí no hay seguridad, te puedes equivocar, te puedes
extraviar.
El que esté dispuesto a emprender la exploración
llamada Verdad tiene también que estar preparado para cometer muchos errores,
muchos fallos; tiene que ser capaz de arriesgar. Uno puede perderse; pero así es como se llega. Perdiéndose
muchas veces, uno aprende a cómo no
extraviarse. Cometiendo muchos errores, uno llega a saber lo que es un
error y cómo no cometerlo. Sabiendo lo que es un error uno se acerca más y más
a lo que es la Verdad. Se trata de una exploración individual; no puedes partir
de las conclusiones de los demás.
Osho
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